lunes, 31 de octubre de 2011
Los silencios feroces
viernes, 28 de octubre de 2011
Cambio horario
martes, 25 de octubre de 2011
Del tiempo sin retorno o La conciencia del Replicante
lunes, 24 de octubre de 2011
Minutos musicales: Belle & Sebastian
If You're Feeling Sinister (1996) fue el segundo trabajo en la discografía de Belle & Sebastian, un disco redondo, en el que es difícil elegir una canción porque está tocado con la varita de la genialidad. Estos entrañables escoceses cuentan y cantan pequeñas fábulas pop agridulces de tono naif, a lo que contribuye la voz indolente de su líder Stuart Murdoch, compositor de la mayor parte de las canciones.
Son 10 gemas de pop saltarín, melancólico, ideal para tardes de lluvia. Bellas melodías para compartir y tararear. Pop inteligente hecho con sensibilidad, música atemporal.
jueves, 20 de octubre de 2011
Proposiciones
.
Intentemos el amor.
Frente a la molicie
transparente,
inútil
de un verso,
el beso,
todo luz,
detalle ovalado
en el erial del mundo.
Provoquemos el acto,
una fugaz rebeldía,
las manos
que encienden
e incendian
el páramo ciego.
Un suspiro voraz
se atrinchera
ante el conformismo.
Intentemos el amor.
Conjuguemos el verbo
de los cuerpos.
Arrasemos la belleza
hasta agotarla,
libres ya de la culpa
que sustenta
la carnal teoría
del pretexto.
.
.
.
martes, 18 de octubre de 2011
Otoño
lunes, 17 de octubre de 2011
Tiempos heridos
Pasarán veloces, altas aves rubias,
pasarán con trueno, con cielo, con el aire en fuga,
con estruendo volarán sobre aquel bulbo agitado.
La marea crece, digital e irresistible,
el puño crece, el grito crece,
crece el rapto y el beso, me crecen hasta los brazos para abrazarte.
Pasan los cuerpos que no quieren ser
habitantes del simulacro y el tedio. Vivir
no es aquella decadencia colonial en los mapas
con márgenes trazados por hombres rectilíneos.
Vivir es fácil, y a veces, casi alegre -gracias Gabriel-
y por eso es que crujen las arterias en las avenidas,
porque la sumisión no es una teoría aspirante al Nobel y
nuestras manos, fluvialmente dignas, no son yermas planicies,
goma moldeable, lisa, planamente asimilable.
No queremos los despojos y la culpa.
Aquí.
Ahora.
domingo, 16 de octubre de 2011
miércoles, 12 de octubre de 2011
Poetas de guardia: Joan Margarit
Historia en un ático
La vida convirtiéndose -¿recuerdas?-
en viajes y trabajo.
La terraza, las vistas, y nosotros
mirando hacia otra parte: así acostumbra
a iniciarse el error: Pero al final,
hacía tanto frío que una tarde
cerramos la terraza de aquel ático.
Sabes lo que te ofrezco: un viejo buitre
a quien el miedo hace volar más alto
y que prepara su vertiginoso
descenso hacia las últimas carroñas.
Del confuso negocio del amor
quedan sólo las últimas monedas
de un tesoro saqueado. Conversemos,
ya que nosotros siempre hemos hablado,
y la conversación tiene el calor
que desea quien sube a un tren nocturno
como el que se me lleva: mi pasado
se borra y el futuro ya no es nadie.
Es otra clase de felicidad.
La espera
Te están echando en falta tantas cosas.
Así llenan los días
instantes hechos de esperar tus manos,
de echar de menos tus pequeñas manos,
que cogieron las mías tantas veces.
Hemos de acostumbramos a tu ausencia.
Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar también habrá de acostumbrarse.
Tu calle, aún durante mucho tiempo,
esperará, delante de tu puerta,
con paciencia, tus pasos.
No se cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.
Y a mí me colma esta voluntad
de que me toques y de que me mires,
de que me digas qué hago con mi vida,
mientras los días van, con lluvia o cielo azul,
organizando ya la soledad.
De esta invernal mañana, amable y tibia,
por favor, no te vayas,
quédate sumergida en este patio
como si hubieses naufragado
dentro de nuestra vida.
Bajo el laurel, entre las aspidistras
de verdes hojas, anchas y románticas,
por favor, no te vayas, no te vayas.
Todo está preparado para ti.
Quédate, por favor, y no te vayas.
Tu fugaz triunfo sobre el nunca más,
dime si lo recuerdas: necesito
unas palabras con la clara y honda
voz de tu ausencia. Pero te recoges,
callada, en el pasado,
un lecho de tristeza fulgurante.
Así fuiste encerrándote, a lo largo de ocho meses,
en el capullo de la oscuridad,
y ahora, horrorizada por la luz,
surge aleteando la furiosa,
pálida mariposa de la muerte.
Pero, si estás muriéndote, aún vives,
y hago estallar la última alegría
de tu rostro cansado y las pequeñas
manos entre las mías. Y repito:
estar muriéndote es vivir aún.
De esta invernal mañana, amable y tibia,
por favor, no te vayas, no te vayas.
Joan Margarit
lunes, 10 de octubre de 2011
Presagios
de surtidor, una savia caliente
de vida era.
Un geranio entre cal, viva flor de domingo
matinal, con el sol aferrado a las ventanas.
Era la puerta del mundo
de atrás,
donde las poetas sin texto firmaban armisticios.
Era el círculo sin su redondez asimilada
ni personal hendidura,
las sillas como letras buscando su lenguaje.
Piedras arando egoísmos,
alisando los bordes con singular empatía.
Eran los azares que equilibran los planetas
hasta alcanzar la latitud de un miércoles, último,
sin inercia en los senderos.
Una carta apostada junto al quinto revólver
rasgó los mañanas.
Ahora queda
saber el cómo y su respuesta
y una astilla en las sienes
horadando los taninos
que dejaron al sangrar
un rumor
de violetas y arándanos
en el paladar.
viernes, 7 de octubre de 2011
Blogueando: A un ángel que no sabía volar, de Elvira Daudet.
Salía del lavabo vacilante,
colgado de la frágil solapa del levitón
como un equilibrista. Y se quedó aturdido,
encuadrado en la luz devoradora
de un dramático plano "cinèma verité"
de muerto anticipado. Irreal, joven, bello,
extravagante: levita negra de buen corte
-abierta sobre el desnudo costillar-
igual que el pantalón hecho jirones.
Parecía un pobre de diseño
contratado para vender perfumes Christian Dior,
o un actor inverosímil y sobrecogedor.
Las burlonas miradas se enredaron
en las rastas de su rubia melena,
en el huesudo tórax,
en las verdes pupilas dilatadas.
Él recibió el impacto con paciente costumbre,
recobró el equilibrio y se marchó muy digno.
Lo encontré, siempre solo, varias veces
-caminaba sin tregua-
huyendo cauteloso de la gente.
Un día se sentó a mi lado en el paseo;
no olía a sal, como correspondía,
tampoco a libertad; olía a invierno,
a ropa húmeda, a pez muerto. No me moví:
tal vez necesitaba una sonrisa.
Para no asustarle le ofrecí un cigarrillo.
Entornó, receloso, las joyas de sus ojos,
observó sin recato mis manos de madera
y me leyó en los ojos el tiempo que me queda
mientras pasó un batallón de espectros hacia el mar.
"Los cigarrillos matan lentamente"
dijo, al fin, en francés con ironía,
y se fue con la prisa de un alto dignatario.
Siempre que nos cruzamos, a partir de ese día,
me miraba furioso y se escondía.
Una tarde vino hacia mí de frente,
tomó impulso, saltó en el aire e intentó volar
moviendo el faldón de su levita,
y se precipitó sobre las piedras.
Al auxiliarle vi que me espiaba
con un ojo entreabierto;
sentí un absurdo deseo de llorar.
No volví al paseo.
Lo hallaron en la playa unos bañistas,
un borrascoso día de septiembre.
Desde un mirador vi su excitación de fieras,
rodeando el cuerpo apaciguado,
que apenas contenía una burbuja
del beso de las olas como última caricia.
Reconocí de lejos su frío y su levita.
(Del libro "Cuaderno del delirio")